viernes, 11 de diciembre de 2015

Despedida

Tal vez los claveles rojos no te gusten pero algo me dijo que si. Los encargué días antes de que el año terminara, no eran muchos pero el adorno hacía verlos elegantes. Yo prefería las rosas, sabía que te gustaban por aquella tradición del libro y la rosa, desafortunadamente nunca sale como planeamos.
Y ahí los deposité. En ese pueblo solitario y antiguo.
Por un momento me dio melancolía escuchar a las aves. Cuando alguien entra a su recinto donde reina la tranquilidad, ellas se enfadan y hacen ruidos.
El viento frío y el sonido de las aves anuncian tu llegada fantasmal, desde allá, donde todo pretende estar sereno. Ellos, como dos guardas están detrás de mi. No lágrimas, no gestos, no lamentos. Es una despedida nada más. La última de tantas despedidas previas.
Ahí donde estás depositado pretendo adornar y cerrar este vínculo, justo este último día del año. Está cerrado, pero ahora todo este pueblo está lleno de tu presencia fantasmal. Cualquier calle, cualquier árbol deshojado por el invierno y todo ese recorrido que da el agua a través de los pueblos hasta que finalmente te conviertes en el paisaje solitario de un castillo al atardecer.



Hoy cierro el ciclo en Ruidera frente al Castillo de Peñarroya. Caminando esta atardecer-anochecer, escuchando historias de los romanos. Creo que va a nevar, hace tanto frío. Estaba tan triste hasta que quemé una de mis botas favoritas con el calefactor de la mesa de tu casa mientras comía bombones navideños y pues me regresó a la realidad. Tengo la mala costumbre de subir mis pies a algo mientras escucho con atención.